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TEXTO PUBLICADO EN EL CATÁLOGO DE TERRENO POP
Emiliano Bustos/ Línea Joven del Fondo de Cultura de BA

La capacidad de los floristas es vasta. Se sabe, instalan sus puestos en las esquinas, y esperan; hijos de la lágrima, cuarentones nocturnos buscarán, antes de marchitarse, una oportunidad. La vieja dama –Sunset Boulevard su espejo- elige rosas; la adolescente de ojos grises un perfume para Marilyn Manson.Una variedad extrañamente pueril -aunque ritual- es el puesto de flores cercano a cualquier cementerio. Ve pasar cortejos, detiene al familiar o amigo -por unos segundos- en la categoría de su homenaje. Además, en estos puestos la memoria encuentra herramientas comunes, interminables: “Por siempre de amaremos”, “No te olvidamos”, leyendas mansas pero entalladas en el dolor de cualquiera. Un auténtico terreno pop.Dijo Borges en “La Chacarita”: “Porque la entraña del cementerio del Sur / fue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta; / porque los conventillos hondos del Sur / mandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires / y porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte, / a paladas te abrieron / en la punta perdida del Oeste...” En los puestos de flores que rodean este camposanto -creado durante la peste que asoló la ciudad en 1871- Patricia Rodríguez encontró los objetos visuales -“sus colores, sus números, sus flores de plástico fluo colgando de una sombrilla de Marlboro”- que conforman (enteramente transformados) las obras de Terreno Pop. En estos cuadros -trabajados con acrílico y carbonilla, como bocetados y a la vez precisos, de “colores saturados y contrastantes entre sí”- la luz es un tema. En las veredas, frente al ex Lacroze o a los costados, la artista sacó fotos, y esas imágenes luego se apartaron, en sus cuadros, de cualquier reproducción. Además estableció para los diferentes registros de luz otras tantas tomas pictóricas; es decir, la luz de la Chacarita no es la del cementerio Británico, el que da a las vías que se alejan hacia Lourdes o Lemos. De hecho, uno de los cuadros más oscuros de la muestra, deriva y transforma un puesto de la Avenida Elcano, a la vera del Británico.Alguien podrá especular con el tema -estas imágenes trabajadas a partir de puestos, de puestos de flores de cementerio-, y podrá, tal vez, deducir motivos originales de pena o pérdida; supuestos motivos. Aquí la mirada está puesta en el camino de la luz en un ámbito determinado, en objetos y señales que pueden, ciertamente, representar el dolor y la pérdida, pero también pueden ser tomados como otra cosa. Las especulaciones son válidas. Sin embargo, ver en estos cuadros la morfología de la muerte, por ejemplo, anegaría la del pop que da título al terreno de esta muestra; y todo pop despierta consideraciones más próximas.En el taller de Rodríguez vi un catálogo de Gerhard Richter y una foto de Bacon. Soy devoto de una imagen de Richter incluida en Arte Contemporáneo -en el que Taschen compila obras de un mundo enteramente alemán, acaso estadounidense y levemente italiano-, es un cuadro pequeño, unas pinceladas, marcas de espátula sobre un fondo degradé; una pintura mínima y móvil.Los cuadros de Patricia Rodríguez tienen -me parece- esa clase de síntesis y movimiento richteriano, y en la torsión de algunos cuerpos, en sus rasgos velados -por ejemplo la nena acurrucada entre camas o en la figura que deja una sombra-, se ven atinadas lecturas de Bacon.El poema Les chercheuses de puox probablemente no existiría si las “tías” de Izambard no hubieran inspeccionado, en 1871, la cabeza de Rimbaud; aunque vaticinados ya en Los heraldos negros, los poemas de Trilce acaso extrajeron del encierro obligado de su autor (Vallejo sufrió cárcel hacia 1920) un silencio necesario (Cervantes en su prisión de Argel intuyó El Quijote). Tal vez el monte Sainte-Victoire haya incitado las geometrías de Cézanne, temprano cubista. Todo puede ser vano o terrible, pero a veces una idea asciende como ruptura y risa.“Rosa chicle, verde manzana, amarillo sol, color de piel, azul alas, rojo sangre, / negro oscuro, flor, boca de birome”, dice Patricia Rodríguez en el poema “Muñeca”. Con colores parecidos la artista gobernó sus telas. De ellos se desprende la distancia y el ardor de estas imágenes.